Hace unos años decidí ir de la mano de mi madre para cumplir un sueño que ella siempre tuvo. Caminar El Camino, el de Santiago. Cada año nos cogemos una semana y partimos de la última etapa a la que llegamos el año anterior. Hace un año mi hermana se unió a esta maravillosa experiencia de vida. Déjame avisarte de que si ves a tres mujeres que mientras caminan se parten de risa, bailan y cantan, es muy posible que estés frente a “Las Estacias”. Sí, de vez en cuando también vamos en silencio conectadas con nosotras mismas.

Como cada año, me encargo de llamar a los albergues para reservar plaza. Nos gusta caminar a nuestro aire, sin demasiada prisa, pararnos, contemplar, hablar con peregrinos y lugareños, meternos en sus casas (previa invitación, por supuesto)… Tener una cama reservada es algo que te da cierta holgura. Y entre otras cosas, te permite dormir en los albergues que cuentan con las mejores valoraciones. Y sí, lo confieso, siempre que puedo reservo una habitación privada para las tres. ¿Por qué? ¡Ah! ¿Pero que tengo que dar explicaciones? Pues por lo visto sí. Al menos eso es lo que me ha pedido un hombre que regenta un albergue en una de las etapas gallegas al que he llamado esta mañana.

Yo: ¡Hola! El día X 3 peregrinas llegamos a Z y nos gustaría saber si reservan cama.

Él: Sí, claro.

Yo: ¡Perfecto! ¿Disponen de habitaciones privadas? (cualquiera que haya hecho El Camino sabe que cada vez más albergues cuentan con esta opción).

Él: No, aquí todo el mundo duerme junto. Y es lo que te recomiendo, esa es la esencia del Camino. Compartir y aguantar los ronquidos de los demás.

Yo: Pues precisamente el motivo por el que buscamos habitación privada es porque somos de la “liga anti ronquido”. No somos capaces de pegar ojo si tenemos a personas a nuestro alrededor roncando. No dormir implica que al día siguiente estás destrozado. Necesitamos descansar. Se lo digo por conocimiento de causa, que antes “dormíamos” con todo el mundo.

Él: Ya. A mí eso de que queráis ir las tres amigas juntitas no me parece bien.

Yo: Muy bien. Gracias. Hasta luego.

Es evidente que, a ojos de este hombre, debemos ser las peores peregrinas de la historia. Peregrinas de palo, de pacotilla, fake pilgrims,… ¡Cómo nos gusta quejarnos de los demás, de las actitudes que no nos gustan!

Juzgamos aquello que se sale de nuestro esquema mental y encima lo hacemos de manera categórica, sin dar opción a la otra parte a que pueda ser de otra manera. Esto afecta en gran medida a nuestras relaciones con otras personas ya que produce rechazo, bloqueo y, por tanto, falta de comunicación efectiva.

Detrás de muchas de estas actitudes están los juicios moralistas, valoraciones personales que hacemos de los hechos. El hombre con el que hablé ha empleado varias de estas piedras de la comunicación.  

–          Crítica: ¡Qué mala peregrina!

–          Etiqueta: La esencia de un buen peregrino es compartir hasta los ronquidos.

–          Consejo: Yo que tú dormiría con todos y no solo con tus amiguitas.

Detrás de estos juicios moralistas en el fondo estamos hablando de nosotros, de sentimientos que tenemos, de necesidades insatisfechas, pero todo ello, de la peor manera posible, atacando a la otra parte. Hay que aprender una nueva forma de comunicarnos que esté basada más en la tolerancia y en el respeto. El gran problema de estos juicios es que damos por válidas y verdaderas nuestras valoraciones, lo que nos impide comprender las motivaciones de la otra parte. Y como consecuencia de ello, nos impide entendernos.

Creo que debemos abrir más nuestra mente y abrazar otras formas de hacer las cosas. Cuando lo consigamos, aleccionar no será una opción.

 

Firmado:

Marina “la peregrina”. La que cada año necesita volver unos días al Camino, la que se conecta consigo misma pisada tras pisada, la que comparte con los demás, la que ayuda, a la que ayudan, la que lleva la frase “Buen Camino” tatuada en su piel por todo lo que representa para ella, la que llora cuando culmina una etapa dura, … y sí, también la que duerme en habitación privada para poder descansar y ser persona al día siguiente.

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