Carretera A3. Apenas una hora para llegar a Madrid. De pronto, una retención. Pasan los minutos y no nos movemos ni un centímetro con el coche. Ambulancias, bomberos, policías, … nos piden paso con las tiaras luminosas y sonoras que estos vehículos llevan sobre sus cabezas.
No hay que haber ido a Harvard para darse cuenta de que la retención es consecuencia de un accidente. Y posiblemente uno bastante aparatoso teniendo en cuenta el despliegue de medios. Me conecto a Twitter y efectivamente leo en la página de la DGT la información de lo ocurrido. Hay varios coches implicados.
La espera comienza a hacerse un poco larga. Es el momento en el que un conductor se apea de su vehículo, se dirige a un lado de la carretera y comienza a miccionar. Aparentemente reacciones típicas del cuerpo humano cuando uno prevé que algo va para largo. De pronto, vemos cómo salen otros dos conductores y empiezan a estirar sus cuellos cual jirafas para ver si consiguen ver algo. En cuestión de segundos, con ese “borreguismo ilustrado” que nos caracteriza, comienzan a abrirse puertas y más puertas. Aquel hombre que miccionaba no fue consciente de que acababa de iniciar un movimiento social de “bájese quien pueda”. Un auténtico líder de las carreteras.
La gente quiere estirar las piernas, curiosear, hablar con el vecino piloto o copiloto…. En ese momento, del coche que está situado justo enfrente de nosotros, sale la familia al completo. Los padres y los dos retoños (un adolescente y una pre adolescente). Del vehículo que está justo delante de éste, se apean también todos los ocupantes. Se juntan los de un coche y los del otro. Es evidente que se conocen. Ríen, bailan. En un momento dado, una de las mujeres empieza a hacerse selfies con el resto de amigos y familia. Fotos divertidas, adoptando posturitas, acompañando el momento con bailes improvisados más dignos de una verbena de pueblo que de otra cosa.
Lo observo desde el interior del coche. Y entonces me pregunto si la moda, o la ya necesidad de hacerse un selfie, pasa por encima de cualquier circunstancia. Quiero decir, a escasos metros por delante de nosotros era evidente que había ocurrido un accidente y la escasa empatía, e incluso falta de respeto por parte de algunos, hizo que aprovecharan el parón para añadir una foto más a su story de Instagram.
¿Si las personas implicadas hubieran sido amigos o familiares hubieran actuado de la misma manera? Quiero pensar que no. ¿Les hubiera molestado o dolido ver cómo algunas personas se comportaban así? Quiero pensar que sí.
Me encanta la fotografía, y sí, me hago selfies de vez en cuando, pero creo que poner tanto el foco en nosotros nos está haciendo pasar por alto lo que ocurre delante de nuestras narices, incluyendo el sufrimiento ajeno. Cuando la mayor parte de las veces le damos la vuelta a la cámara del móvil para que el elemento principal de la foto sea nuestro careto (acompañado muchas veces de morritos o de miradas de seducción letal, mortal y total), algo no va bien. Y cuando lo hacemos al lado de gente que está sufriendo, para nosotros tener un momento divertido, nuestra calidad humana queda totalmente en entredicho.
Esta necesidad de hacerse un selfie a toda costa, es la que nos ha “regalado” lamentables escenas como la que ocurrió hace apenas unos días en la Fontana di Trevi (Roma), cuando dos turistas se enzarzaron por la localización desde la que hacerse una foto. Aquí puedes ver el vídeo de tan incomprensible encontronazo.
Por no hablar de terribles desenlaces que han tenido lugar por el deseo del autor/a de tener el selfie más extremo. Gente que se cae por un precipicio, que es atacada por un animal al que se había aproximado demasiado, o que es propinada con una patada en la cara por parte del maquinista de un tren por acercarse en exceso a éste mientras circulaba. Aquí el vídeo.
Tanto narcisismo y hambre de “me gusta” no hace más que poner de manifiesto cómo están las cabezas (como diría mi padre) y añadiría yo, las autoestimas del personal.
¿La moda o necesidad de hacerse un selfie está por encima de cualquier circunstancia? En mi opinión, sencillamente no.
Marina Estacio
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